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La ira puede ser muy peligrosa


"En mi niñez, yo tenía muy mal genio, y eso hacía que muchas veces dijera o hiciera cosas antipáticas en un arrebato de ira." 

"Un día, después de que insulté a un compañero de juegos y se fue llorando a casa, mi padre me dijo que por cada palabra que yo dijera enojado sin pensar iba a clavar un clavo en un poste del portón. Y cada vez que yo tuviera paciencia y dijera algo amable y agradable, arrancaría un clavo." 

"Pasaron los meses. ¡Cada vez que entraba por la puerta, me acordaba de las razones por las que cada vez había más clavos! ¡Hasta que por fin, llegué a la conclusión de que arrancarlos era un ideal que me esforzaría por alcanzar!" 

"¡Por fin llegó el día tan ansiado! ¡Sólo faltaba un clavo! Mientras mi padre lo arrancaba, yo saltaba de contento exclamando orgulloso: '¡Mira, papá, no queda ni un clavo!'" 

"Recuerdo que mi padre se quedó mirando atentamente el poste salpicado de agujeros y respondió pensativamente: 'No, ya no quedan clavos... ¡pero sí quedan las cicatrices!'"



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