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Recortes de la historia: Johann Sebastián Bach


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Johann Sebastián Bach

Nació en Eisenach, Alemania, el 21 de marzo de 1685

Creció en un ambiente muy religioso (luterano), en parte porque en Eisenach había estudiado y predicado el reformador Martín Lutero. Su talante religioso fue una constante en su vida y en su obra.

Sus alumnos vivían con él en su casa, a veces varios años, aprendiendo no sólo de su música sino de la grandeza de su persona. No sólo era hospitalario con sus discípulos; también numerosos músicos y grandes personalidades de la aristocracia iban a visitarle, y las puertas de su casa estaban siempre abiertas y su mesa preparada.

A pesar de ser un virtuoso del órgano y otros instrumentos, poseía una mezcla de grandeza y humildad que le llevaba a decirles a los alumnos que estudiando con constancia y dedicación, cualquiera podría llegar a tocar como él. "Todo consiste en poner el dedo convenientemente en la nota apropiada y en el momento preciso, lo demás lo hace el órgano". Sus manos eran grandes, muy anchas y de un alcance extraordinario en el teclado del clavicordio (abarcaba con la izquierda doce teclas y tocaba a la vez con los tres dedos centrales notas rápidas). Con la mayor naturalidad podía ejecutar trinos con cualquiera de los dedos de ambas manos y simultáneamente tocar los más complicados contrapuntos. Todo le parecía fácil, sin embargo, no sentía orgullo por su talento, pues lo consideraba como si no le perteneciera.

Era serio, tranquilo, hablaba poco y sólo con los que le daban confianza. Su robustez. su altura y la expresión de su rostro le conferían un aspecto majestuoso e impresionante.

Nunca estaba ocioso; decía que el tiempo era uno de los grandes dones otorgados por Dios y que había que aprovecharlo al máximo. De ahí su infatigable dedicación como intérprete, compositor y maestro. Su tiempo de ocio lo dedicaba a su mujer y a sus hijos y a la lectura de libros de Teología escritos en latín.

La vejez nubló los ojos grandes del maestro. Su mirada intensa y penetrante, que parecía estar siempre en profunda meditación, se enturbió a causa de una infección ocular que le llevó a la ceguera a pesar de varias intervenciones. Ya ciego y debilitado por los dolorosos tratamientos y las sangrías a las que se vio sometido, no dejaba de trabajar, pues dictaba a su antiguo discípulo y más tarde yerno -Johann Christoph Altkinol- composiciones nuevas o correcciones de algunas corales para órgano. "Cristóbal, trae papel, tengo música en la cabeza ¡Escríbela por mí!". Tras dictarle la última de las Dieciocho corales de Leipzig , "Ante Tu trono me presento", susurró. "Es la última música que compondré en este mundo".

Esperaba con ansia el momento de reunirse con el Señor su Dios. Por eso vivió sus últimos días con plena lucidez y una gran paz interior. El mismo día de su muerte llamó a su mujer, y ésta cuenta que, abriendo los ojos, recuperó por un momento la vista, pudiéndola ver a ella, a sus hijos y a su nieto, y que pidió que tocasen algo de música y que interpretaran una canción. Cantando a cuatro voces el coral "Todos los hombres tienen que morir", los compases de su vida llegaron a su fin.




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