Había sido una gran maestro del malabarismo. Grandes auditorios se habían rendido a su extraordinario dominio de los juegos malabares. Después de su exitosa carrera, logró su sueño más preciado: poseer un gran diamante.

Decidió retirarse a su tierra natal, y se embarcó hacia su país de origen. Durante la travesía, paseando por la cubierta vió a un grupo de pasajeros alrededor de un joven que, curiosamente, estaba haciendo malabarismos. Algo en su interior se agitó, de tal forma que pocos minutos después él también estaba haciendo juegos malabares, en esta ocasión con su diamante. Los viajeros de aquel barco asisitieron admirados a aquella muestra genial de malabarismo. Sus recursos eran excepcionales. Para acabar su exhibición, lanzó hacia arriba el diamante muy alto, de tal forma que se perdía su visión. Cuando empezó a caer, la mano del artista se extendió firme para agarrar con seguridad la piedra preciosa, pero un balanceo inesperado del buque desplazó al malabarista, y la piedra preciosa, después de golpear sobre la cubierta del barco, se hundió en las aguas profundas del mar.

Querida amiga, amigo: Tú posees un diamante valiosísimo de gran pureza, de muchos quilates. Su valor es incalculable. Ese diamante es tu vida. No juegues con ella, por mucho control que creas tener sobre ella. Deposítala en las manos firmes y seguras de Jesucristo. Él hará resplandecer tu vida, como el brillo de la piedra preciosa más hermosa.