No eres más grande porque te alaben, Ni menos porque te insulten. Lo que eres, eso eres.

Así se expresaba Kempis, el autor de las afirmaciones anteriores. Ciertamente, la visión de nuestra realidad proviene de tres ámbitos fundamentales:

- El primero es cómo nos ven los demás, todo ese conjunto de personas con las que nos relacionamos o convivimos. En algunos casos, si conocieramos sus auténticos pensamientos, seguramente nos quedaríamos perplejos.

- El segundo ámbito es el configurado por la visión propia que tenemos de nosotros mismos. Ésta, comúnmente presidida por una constante e incombustible indulgencia, nos inclina, casi siempre, a tener un criterio generoso de nuestra realidad personal. Nos lo perdonamos todo a nosotros, y nada perdonamos a los demás, decía Le Fontaine. Es muy común que exista un marcado divorcio entre lo que opinan los “otros” y lo que creemos nosotros que somos.

- Únicamente existe una apreciación exacta y justa de nuestra identidad: la que proviene de Dios. Él veraz, ante Él no existen realidades maquilladas o escondidas. Nuestra verdad, con sus sombras y sus luces, está expuesta permanentemente ante Él.

Pero hay algo significativo que no quiero olvidar. A Dios le importamos tu y yo. Él no va a interrogarnos respecto a qué oscuras realidades están arrinconadas en lo profundo de nuestra alma; ni qué circunstancias encadenan nuestras vidas, ni qué tormentas la azotan ni qué pecados la ensucian. Todo esto, ya lo conoce.

Él sólo va a plantearte una pregunta: ¿Quieres estar en paz con Dios?