
Había fallecido un familiar muy próximo y por esa causa aquel hombre estaba derrumbado por el dolor ...

Había fallecido un familiar muy próximo y por esa causa aquel hombre estaba derrumbado por el dolor. No había ni un momento sin dolor. La angustia y la tristeza inundaban su alma. Asisitía desconsolado al definitivo adios de la persona que amaba.
Desbordado por el llanto, no apreció la llegada de un buen amigo, quien, sin apenas musitar palabra, se sentó junto a él y comenzó también a llorar silenciosamente.
Años después, recordando ese trance, el hombre que perdió a quien amaba mantenía vivas en la memoria y en el corazón las lágrimas solidarias de su amigo, tan consoladoras como auténticas.
Amiga, amigo, la presencia de Jesús en muchas ocasiones es silenciosa. Casi no apreciamos que él está, pero siempre acude. Esperamos sus palabras, pero encontramos sus lágrimas. Buscamos sus milagros, pero descubrimos su dolor. Le abrimos nuestra alma, y la llenamos de su amor.
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