Sin duda, los campos de concentración en la II Guerra Mundial, han sido un auténtico infierno. Millones de personas fueron vilmente asesinadas en esos lugares de muerte ...
Sin duda, los campos de concentración en la II Guerra Mundial, han sido un auténtico infierno. Millones de personas fueron vilmente asesinadas en esos lugares de muerte. Pero aún en esa realidad dantesca, se producían conductas de una nobleza insuperable.
En efecto, así fue en Agosto de 1941 en Auswitz, Polonia, cuando ocurrió lo que tanto temían los prisioneros. Uno de ellos, luchando por su libertad, pudo huir de ese campo de exterminio. Siempre que esto ocurría, los prisioneros eran sacados a golpes al patio, obligados a formar y a estar en esa posición, sin alimentos ni agua, durante el tiempo que durase la búsqueda del fugado. A ello se añadía otra dramática realidad: si los soldados no encontraban al huído, diez de lso prisioneros, escogidos al azar, morirían fusilados. Y exactamente eso fue lo que ocurrió ese fatídico día. Fracasada la búsqueda, rápidamente el responsable militar comenzó a pasar entre las filas de prisioneros señalando a los infortunados que iban a moris. Uno...dos...tres...cuatro... y cuando llegó al quinto, el señalado, un soldado polaco, cayó llorando y gritando “¡¡Por favor, no me mateis!! ¡¡Tengo esposa y dos hijos!!” La sorpresa fue mayúscula, la respuesta contundente: “¡AL PAREDÓN!”.
Pero surgió algo inesperado. De entre las persona que esa ocasión habían salvado sus vidas, salió una caminando con decisión y gritando lo siguiente:
“¡Yo ocuparé el lugar de ese hombre, porque yo no tengo mujer e hijo y soy cristiano!”. Y así sucedió.
Amiga, amigo: Jesucristo ocupó nuestro lugar. El Gólgota fue el escenario de esa encrucijada histórica, donde Dios hecho hombre, construyó un camino de vida eterna, que tú puedes comenzar a caminar ahora, si arrodillas tu vida ante la Cruz y decides que Jesucristo sea definitivamente el amor de tu alma.
|
