Desde hacía mucho tiempo, aquel invidente ocupaba siempre el mismo espacio en la acera de una pequeña calle. Sin horizontes personales, hundido psicológicamente y sin fuerzas para luchar, se agarraba débilmente a la vida pidiendo monedas a los transeúntes que transitaban casi siempre por ese mismo lugar. Rara vez lo miraban directamente y en muy pocas ocasiones le hablaban. Recogía muy poco, pero con ese poco sobrevivía.
Las horas pasaban lentas, mucho más si el tiempo era frío y lluvioso. Precisamente esos días eran los peores, porque las personas andaban más rápidas.
Una tarde, alguien se detuvo junto a él, y, agachándose, de dijo suavemente: “Voy a ayudarte”.
El extraño actuó rápido, cogiendo un cartón tirado en el suelo y escribiendo algo misterioso en él. Cuando acabó, se marchó sigilosamente...
Parecía un milagro: las personas se detenían a leer el contenido escrito en aquel cartón arrugado... Y, como si al leerlo una conmovedora fuerza interior les empujara a ello, depositaban generosas y abundantes limosnas. Lleno de emoción, le pidió a una de las personas que le dió monedas que le leyera, por favor, lo que había escrito en el cartón, y esta persona, solidaria, así lo hizo, leyendo lo siguiente:
“Ahí fuera es primavera, pero yo, que soy ciego, no puedo verla”
Querida amiga, amigo: la verdadera primavera de la vida únicamente puede experimentarse y vivirse auténticamente si permitimos que Jesucristo escriba en nuestro particular cartón de la vida dos maravillosas palabras: Perdón y Paz.