Aquella mañana amaneció gris. Pronto les llegó la noticia. El Tio Vivo, un niño de la calle, había aparecido muerto en un cubo grande de basuras. De nueve años de edad, Tío Vivo era conocido por todos. Discapacitado psíquico, fue abandonado por su família cuando tenía siete años. Protegido por todos los marginados de las calles, se le podía siempre encontrar alrededor del Tío Vivo de la feria, con una zanahoria en la mano que agarraba como si fuera un micrófono y repitiendo, como un artista, las canciones que se emitían por los altavoces. Cuando él cantaba, su rostro dibujaba una amplia sonrisa y sus ojos despedían un brillo luminoso lleno de alegría. Le mataron porque fue testigo del asesinato de un niño de 11 años.

Lo enterraron a las seis de la mañana en la fosa común. Nosotros, sus colegas de la calle, en silencio le rendimos un emotivo homenaje depositando en el interior de su feretro una zanahoria y todos a viva voz, como si fueramos altavoces potentes, le cantamos su última canción. Después lloramos.